El pueblo al que a Fajardo, gobernador de Antioquia, le da miedo ir

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 En Ochalí el Estado es las Farc

“Toda la vida hemos estado en medio del conflicto ¿nos vamos a dejar frenar por esto? No es culpa de nosotros, ellos tienen que entender”. Decía una mujer de unos 40 años trepada en el volco de una camioneta junto a otras nueve personas, dos cajas de pollos vivos y varios costales. Eran las 5:30 de la tarde y esperábamos la autorización del Frente 36 de las Farc para continuar el recorrido hasta Ochalí, la población que, por razones de seguridad, no pudo visitar el pasado miércoles el gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo.
Los ocupantes de la camioneta hablaban de una advertencia de las Farc que circuló luego de que el gobernador dijo que no podría viajar porque la Fuerza Pública no estaba en capacidad de asegurar la zona y de que el Ejército, que no hace presencia permanente en el corregimiento, anunció que ya se estaba desplazando para ofrecer seguridad a la comitiva que aplazó su visita para este lunes. Entonces, llegó la amenaza, era clara: desde el miércoles los habitantes de los corregimientos de Ochalí, El Llano y La Loma, no pueden permanecer fuera de sus casas después de las 6:00 de la tarde.

 Que sentía “frustración”, dijo entonces el gobernador, porque debía aplazar el viaje. Luego, la Séptima División del Ejército explicó que sus hombres estaban en marcha pero podrían tardarse aún tres o cuatro días más porque el camino se encuentra minado. El general Leonardo Pinto, comandante de esa unidad militar, dijo el martes que la vida de sus soldados vale mucho y que en el recorrido ya se habían desactivado 15 artefactos explosivos. Ese movimiento de tropas del que hablaba el Ejército fue lo que, según especulan los pobladores, generó la amenaza de las Farc y la orden de toque de queda.



Ochalí es un corregimiento de 508 habitantes escondido entre las montañas del Norte de Antioquia. Hace parte de Yarumal y de la zona de influencia del proyecto Hidroituango y, aunque está separado solo por 64 kilómetros de la cabecera urbana de ese municipio, el más grande de esta zona del departamento, el recorrido en un bus de escalera que hace un solo viaje al día puede tomarse hasta cuatro horas en condiciones normales.



Quienes viajamos ese jueves, un día después del día previsto para la fallida visita de Fajardo, tuvimos que atravesar una quebrada entre tablas y rocas. La escalera se quedó a medio camino porque una creciente anegó la variante improvisada para reemplazar un puente que colapsó por el invierno en octubre del año anterior. Han pasado seis meses y no ha sido reconstruido.

 
-¿Esa gente viene por esta vía?

-Quién, ¿Fajardo? No, ojalá, esa gente viene en helicóptero.

-Entonces hay que llamarlo pa’ que venga por nosotros y nos acabe de arrimar.



Esa conversación entre dos campesinos fue en el cruce de la quebrada, antes de que un celular sonara, era un integrante del frente 36 o alguien en su nombre. Habló con el conductor y el carro arrancó. Llegamos pasadas las 8:30 de la noche, el pueblo permanecía en silencio, la gente miraba desde adentro de sus casas.




Por miedo a la guerrilla, nadie se atreve a pintar las paredes del pueblo



“A las Farc la gente le marcha derechita porque su ley es muy efectiva”

La noche en Ochalí es tranquila. Sus habitantes se acuestan temprano. Santiago Villa, presidente de la Junta de Acción Comunal del corregimiento, dice que no tiene que ver con la amenaza de las Farc, que siempre ha sido así. Las luces se apagan y el pueblo duerme. Esa calma de la noche no cambia con el día. A las 6:00 de la mañana se escuchan las campanas de la iglesia, los niños salen a estudiar a las 7:00, se ve movimiento por unos minutos y luego las calles vuelven a quedarse solas. No hay Policía, no hay Ejército y la guerrilla se siente, pero no se ve.

“A veces -dice un habitante del pueblo- se escuchan tiros a la distancia, pero yo nunca he visto a alguien armado por ahí con un fusil ni con nada parecido”, por eso, dice él mismo, no entiende por qué el Gobernador aplazó su visita. Sin embargo, la historia no es tan simple. Ochalí conforma con La Loma y El Llano un triángulo que se ha consolidado como un fortín del Frente 36 de las Farc, al tiempo, una brigada móvil del Ejército recorre la zona y hasta hace unos meses los combates eran frecuentes. El hermetismo de la mayoría de sus pobladores para hablar sobre el conflicto da cuenta de que no se trata de un capítulo cerrado.
El propio Presidente de la Junta evita hablar del tema. Dice simplemente que Ochalí ha vivido momentos muy difíciles y desvía la conversación a las otras necesidades del pueblo: que el alcantarillado, que el puente, que la carretera, que trasladar el colegio. El conflicto, las Farc, el Ejército, son palabras que no pronuncia. Eso sí, dice que por la guerra su comunidad ha sido estigmatizada, que la situación ha cambiado, que no puede seguir siendo así.

Juan Manuel Lopera, biólogo de la Universidad de Antioquia, es el rector de la Institución Educativa Ochalí, lleva dos años allí y tiene a su cargo ocho centros educativos en los tres corregimientos. Llegó por decisión propia y, pese a las advertencias, desde otra zona de Yarumal donde también era rector y tuvo que enfrentar la presión de los paramilitares.

Lo hizo porque el cargo en Ochalí estuvo vacante durante cerca de dos años después de que las Farc asesinaron a Ariel Benitez, el anterior rector de la institución, y a un estudiante de 16 años. Ocurrió en diciembre de 2010. Los acusaron de ser informantes del Ejército, los sacaron de sus casas, improvisaron un juicio callejero y los fusilaron frente al cementerio.

Una familiar del estudiante asesinado recuerda que se los llevaron amarrados y luego los disparos se escucharon a la distancia. La comunidad recogió los cuerpos y los cargó hasta una casa esquinera ubicada casi en el centro del pueblo. Allí los velaron durante una noche. En la mañana siguiente los montaron en la escalera y los llevaron a Yarumal. Luego de la necropsia, el cuerpo de Julián regresó por el mismo camino, lo sepultaron en el cementerio, al frente del lugar donde la guerrilla lo ejecutó junto al rector de su colegio.

“Nadie se quería venir. Después de que matan a un rector se pierde el respeto a la autoridad que uno representa. Pero yo quería trabajar en esta comunidad, habían pasado ya más de dos años sin rector, entonces le dije a la Secretaría de Educación que yo me venía, me preguntaron si estaba seguro y dije que sí. Llegué en enero de 2013”, cuenta Lopera.

El colegio queda a no más de 200 metros de la parte central, pero en una zona aislada a la que se llega por un camino que pasa por el cementerio. Ese sitio conserva el recuerdo de los horrores del conflicto que se ensañó con Ochalí. Ahí, además del asesinato hace cinco años del rector y el estudiante, ocurrió la masacre de nueve personas cometida por el Bloque Noroccidente de las Autodefensas en el año 2000.

Ese episodio puso a Ochalí y a las poblaciones cercanas en el mapa de la barbarie paramilitar que enfrentó el Norte de Antioquia. Cerca de 150 hombres armados recorrieron cuatro caseríos y asesinaron a 16 personas. “Eran como cien y estaban uniformados. Uno los veía pasar por aquí corriendo, persiguiendo a la gente que se trataba de volar”, dice una habitante del corregimiento al recordar que su casa, un poco apartada del pueblo, fue el resguardo de decenas de personas que llegaron a esconderse.

Pero hasta allá llegaron. Recuerda la imagen de un hombre canoso y con un ojo de vidrio, vestido de camuflado, que le preguntó si por un camino cercano pasaba la guerrilla. “Le dije que no sabía, que si le decía que no, le diría mentiras, que si le decía que sí, también le diría mentiras. Él me respondió que se iban a ir por ahí, que si algo llegaba a pasar yo le respondía”. Luego escuchó varias explosiones. Los cuerpos de las víctimas quedaron tendidos frente al cementerio.




Los caminos en las afueras de Ochalí están minados por la guerrilla.

Los paramilitares estuvieron tres días en el pueblo, reunieron a la comunidad frente a la iglesia, preguntaron por el comercio de víveres, por sus negocios. Luego, decidieron a quienes asesinar. La noticia a Yarumal llegó con los primeros cadáveres.


Un líder comunitario de otro corregimiento de la zona dice que esa masacre es el trauma que Ochalí que no ha podido superar. Que ver morir a sus líderes y a sus comerciantes “estancó la pujanza” de un pueblo que, según dice era entonces “un Yarumal pequeñito”: el centro del comercio y de la vida comunitaria para varios caseríos de la zona. Esa imagen contrasta con el silencio y las puertas cerradas de hoy.

“Lo que pasa es que la guerrilla y los paracos han desangrado a estas comunidades y hoy el Ejército los tilda a todos de guerrilleros y aporrea a los campesinos que están abandonados por el Estado. La gente le cree a las Farc porque cuando ellos dan una orden no hay otra opción que cumplirla. Allá no está la Policía, dígame, ¿dónde quién se pone una demanda? Les creen porque son ellos los que imponen el orden”, dice el mismo líder. Resume su idea con una frase: “A las Farc la gente le marcha derechita porque su ley es muy efectiva”. Es la única ley.



Borrar las huellas de la violencia
“Esta es una comunidad muy golpeada por la zozobra. Los muertos fueron hace mucho tiempo, pero lo que no deja vivir a la gente es el miedo”, dice el rector Lopera. Sin embargo, el conflicto no es una historia del pasado. Y los ejemplos abundan: “Prohibido el tránsito de carros y motos a partir de las 8:00 p.m. hasta las 5:00 a.m. Frente 36 Bloque Iván Ríos Farc EP”, dice en las paredes a lo largo de la carretera.

La cancha de fútbol a la que se llega por una trocha a pocos metros de la iglesia se pierde entre la maleza porque, dicen, las Farc la llenaron de minas cuando los helicópteros del Ejército empezaron a utilizarla para aterrizar en sus incursiones esporádicas.

A centímetros del camino de cemento que lleva al colegio, por el que se desplazan a diario 60 estudiantes de bachillerato, están las huellas recientes de la explosión de dos minas antipersonal. No dejaron víctimas, pero al preguntarle a uno de los vecinos por ese camino, la advertencia es clara: “No se salga de los rieles, usted me entiende por qué”.
En Ochalí todavía recuerdan la masacre de nueve personas cometida por el Bloque Noroccidente de las Autodefensas en el año 2000.


Pero no todos se someten. Bajo la pintura de los murales que adornan la parte central de Ochalí, se esconden los letreros que el frente 36 acostumbra dejar en las paredes del pueblo. “Fuera sapos”, “Bolívar somos todos” y “Farc EP presente”, dice todavía en las fachadas de algunas de las pocas casas que en tres cuadras empinadas se levantan alrededor de una iglesia modesta.


“Eso lleva más de dos años ahí porque se mueren del miedo literalmente de borrar una cosa de esas. Prácticamente el que borra eso tiene una sentencia de muerte”, dice el rector del colegio. Pese al miedo, los murales hacen parte de un proyecto de profesores y estudiantes que, según explica Lopera, busca generar esperanza. Su propósito es que la presión de los violentos, de cualquiera de los bandos, no se vuelva costumbre. “Es que uno se duerme en el veneno. Queremos generar vida, nuevos sueños, que la generación que viene tenga más esperanza que la actual”.

Pero ofrecer esperanza en medio de la violencia y el abandono no es fácil. Lopera dice que a diferencia de lo que ocurre en otras instituciones, no se alegra cuando sus estudiantes terminan el bachillerato. “¿Qué siento yo cuando un estudiante se gradúa? Nada, nada porque no le veo futuro”, dice el rector. Por eso sueña con que el colegio sea un eje de transformación. Su apuesta es crear una media técnica para que los estudiantes se capaciten y tengan mayores opciones de encontrar un trabajo y seguir estudiando. Dice que no se necesita mucho, solo profesores. Está convencido de que la calidad solo se consigue si hay felicidad.

Magdalena Calle, de la organización Madres por la Vida, ha liderado procesos de memoria y reconstrucción de tejido social en Yarumal. Además, junto al profesor Juan Manuel Lopera, es una de las cómplices de la idea de que Ochalí y sus poblaciones cercanas pueden encontrar caminos de esperanza pese a la violencia.

Habla de las “memorias ocultas” para señalar que en la región abundan las historias de violencia sexual que las mujeres han callado y no se atreven a denunciar. También dice que un aspecto que hace parte de la dinámica de la zona y que debe ponerse sobre la mesa tiene que ver con la conformación de las “familias farianas”.

“Si llega un muchacho de las Farc joven va a encontrar mujeres jóvenes. Se enamoran, tienen dos o tres hijos y empiezan los señalamientos. ‘Fulanita es la mujer de un guerrillero´. O reclutan a la gente y entonces dicen, ‘vea, esa es la mamá de un guerrillero’”, explica Magdalena.




Juan Manuel Lopera, biólogo de la Universidad de Antioquia, el rector Pacifista de la Institución Educativa Ochalí.

Esos señalamientos entre vecinos, dice ella, se traducen en miedo y desconfianza. Por eso asegura que “en la reconstrucción de tejido social hay que incluir a esas familias porque si se llega a la terminación del conflicto ellos van a llegar a esas casas”.

Es sábado, faltan dos días para la visita del Gobernador. Los líderes preparan una lista de solicitudes y discuten el mejor lugar para recibir la visita. Desde las 5:00 de la mañana una procesión de siete personas despierta al pueblo con oraciones. El Ejército todavía no llega. Ellos lo dijeron, el camino a Ochalí no es fácil.


 es un corregimiento de 508 habitantes escondido entre las montañas del Norte de Antioquia. Hace parte de Yarumal y de la zona de influencia del proyecto Hidroituango y, aunque está separado solo por 64 kilómetros de la cabecera urbana de ese municipio, el más grande de esta zona del departamento, el recorrido en un bus de escalera que hace un solo viaje al día puede tomarse hasta cuatro horas en condiciones normales.



Quienes viajamos ese jueves, un día después del día previsto para la fallida visita de Fajardo, tuvimos que atravesar una quebrada entre tablas y rocas. La escalera se quedó a medio camino porque una creciente anegó la variante improvisada para reemplazar un puente que colapsó por el invierno en octubre del año anterior. Han pasado seis meses y no ha sido reconstruido.



-¿Esa gente viene por esta vía?

-Quién, ¿Fajardo? No, ojalá, esa gente viene en helicóptero.

-Entonces hay que llamarlo pa’ que venga por nosotros y nos acabe de arrimar.



Esa conversación entre dos campesinos fue en el cruce de la quebrada, antes de que un celular sonara, era un integrante del frente 36 o alguien en su nombre. Habló con el conductor y el carro arrancó. Llegamos pasadas las 8:30 de la noche, el pueblo permanecía en silencio, la gente miraba desde adentro de sus casas.


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Por miedo a la guerrilla, nadie se atreve a pintar las paredes del pueblo.





“A las Farc la gente le marcha derechita porque su ley es muy efectiva”

La noche en Ochalí es tranquila. Sus habitantes se acuestan temprano. Santiago Villa, presidente de la Junta de Acción Comunal del corregimiento, dice que no tiene que ver con la amenaza de las Farc, que siempre ha sido así. Las luces se apagan y el pueblo duerme. Esa calma de la noche no cambia con el día. A las 6:00 de la mañana se escuchan las campanas de la iglesia, los niños salen a estudiar a las 7:00, se ve movimiento por unos minutos y luego las calles vuelven a quedarse solas. No hay Policía, no hay Ejército y la guerrilla se siente, pero no se ve.



“A veces -dice un habitante del pueblo- se escuchan tiros a la distancia, pero yo nunca he visto a alguien armado por ahí con un fusil ni con nada parecido”, por eso, dice él mismo, no entiende por qué el Gobernador aplazó su visita. Sin embargo, la historia no es tan simple. Ochalí conforma con La Loma y El Llano un triángulo que se ha consolidado como un fortín del Frente 36 de las Farc, al tiempo, una brigada móvil del Ejército recorre la zona y hasta hace unos meses los combates eran frecuentes. El hermetismo de la mayoría de sus pobladores para hablar sobre el conflicto da cuenta de que no se trata de un capítulo cerrado.



El propio Presidente de la Junta evita hablar del tema. Dice simplemente que Ochalí ha vivido momentos muy difíciles y desvía la conversación a las otras necesidades del pueblo: que el alcantarillado, que el puente, que la carretera, que trasladar el colegio. El conflicto, las Farc, el Ejército, son palabras que no pronuncia. Eso sí, dice que por la guerra su comunidad ha sido estigmatizada, que la situación ha cambiado, que no puede seguir siendo así.



Juan Manuel Lopera, biólogo de la Universidad de Antioquia, es el rector de la Institución Educativa Ochalí, lleva dos años allí y tiene a su cargo ocho centros educativos en los tres corregimientos. Llegó por decisión propia y, pese a las advertencias, desde otra zona de Yarumal donde también era rector y tuvo que enfrentar la presión de los paramilitares.



Lo hizo porque el cargo en Ochalí estuvo vacante durante cerca de dos años después de que las Farc asesinaron a Ariel Benitez, el anterior rector de la institución, y a un estudiante de 16 años. Ocurrió en diciembre de 2010. Los acusaron de ser informantes del Ejército, los sacaron de sus casas, improvisaron un juicio callejero y los fusilaron frente al cementerio.



Una familiar del estudiante asesinado recuerda que se los llevaron amarrados y luego los disparos se escucharon a la distancia. La comunidad recogió los cuerpos y los cargó hasta una casa esquinera ubicada casi en el centro del pueblo. Allí los velaron durante una noche. En la mañana siguiente los montaron en la escalera y los llevaron a Yarumal. Luego de la necropsia, el cuerpo de Julián regresó por el mismo camino, lo sepultaron en el cementerio, al frente del lugar donde la guerrilla lo ejecutó junto al rector de su colegio.



“Nadie se quería venir. Después de que matan a un rector se pierde el respeto a la autoridad que uno representa. Pero yo quería trabajar en esta comunidad, habían pasado ya más de dos años sin rector, entonces le dije a la Secretaría de Educación que yo me venía, me preguntaron si estaba seguro y dije que sí. Llegué en enero de 2013”, cuenta Lopera.



El colegio queda a no más de 200 metros de la parte central, pero en una zona aislada a la que se llega por un camino que pasa por el cementerio. Ese sitio conserva el recuerdo de los horrores del conflicto que se ensañó con Ochalí. Ahí, además del asesinato hace cinco años del rector y el estudiante, ocurrió la masacre de nueve personas cometida por el Bloque Noroccidente de las Autodefensas en el año 2000.



Ese episodio puso a Ochalí y a las poblaciones cercanas en el mapa de la barbarie paramilitar que enfrentó el Norte de Antioquia. Cerca de 150 hombres armados recorrieron cuatro caseríos y asesinaron a 16 personas. “Eran como cien y estaban uniformados. Uno los veía pasar por aquí corriendo, persiguiendo a la gente que se trataba de volar”, dice una habitante del corregimiento al recordar que su casa, un poco apartada del pueblo, fue el resguardo de decenas de personas que llegaron a esconderse.



Pero hasta allá llegaron. Recuerda la imagen de un hombre canoso y con un ojo de vidrio, vestido de camuflado, que le preguntó si por un camino cercano pasaba la guerrilla. “Le dije que no sabía, que si le decía que no, le diría mentiras, que si le decía que sí, también le diría mentiras. Él me respondió que se iban a ir por ahí, que si algo llegaba a pasar yo le respondía”. Luego escuchó varias explosiones. Los cuerpos de las víctimas quedaron tendidos frente al cementerio.


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Los caminos en las afueras de Ochalí están minados por la guerrilla.





Los paramilitares estuvieron tres días en el pueblo, reunieron a la comunidad frente a la iglesia, preguntaron por el comercio de víveres, por sus negocios. Luego, decidieron a quienes asesinar. La noticia a Yarumal llegó con los primeros cadáveres.



Un líder comunitario de otro corregimiento de la zona dice que esa masacre es el trauma que Ochalí que no ha podido superar. Que ver morir a sus líderes y a sus comerciantes “estancó la pujanza” de un pueblo que, según dice era entonces “un Yarumal pequeñito”: el centro del comercio y de la vida comunitaria para varios caseríos de la zona. Esa imagen contrasta con el silencio y las puertas cerradas de hoy.



“Lo que pasa es que la guerrilla y los paracos han desangrado a estas comunidades y hoy el Ejército los tilda a todos de guerrilleros y aporrea a los campesinos que están abandonados por el Estado. La gente le cree a las Farc porque cuando ellos dan una orden no hay otra opción que cumplirla. Allá no está la Policía, dígame, ¿dónde quién se pone una demanda? Les creen porque son ellos los que imponen el orden”, dice el mismo líder. Resume su idea con una frase: “A las Farc la gente le marcha derechita porque su ley es muy efectiva”. Es la única ley.



Borrar las huellas de la violencia

“Esta es una comunidad muy golpeada por la zozobra. Los muertos fueron hace mucho tiempo, pero lo que no deja vivir a la gente es el miedo”, dice el rector Lopera. Sin embargo, el conflicto no es una historia del pasado. Y los ejemplos abundan: “Prohibido el tránsito de carros y motos a partir de las 8:00 p.m. hasta las 5:00 a.m. Frente 36 Bloque Iván Ríos Farc EP”, dice en las paredes a lo largo de la carretera.



La cancha de fútbol a la que se llega por una trocha a pocos metros de la iglesia se pierde entre la maleza porque, dicen, las Farc la llenaron de minas cuando los helicópteros del Ejército empezaron a utilizarla para aterrizar en sus incursiones esporádicas.



A centímetros del camino de cemento que lleva al colegio, por el que se desplazan a diario 60 estudiantes de bachillerato, están las huellas recientes de la explosión de dos minas antipersonal. No dejaron víctimas, pero al preguntarle a uno de los vecinos por ese camino, la advertencia es clara: “No se salga de los rieles, usted me entiende por qué”.


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En Ochalí todavía recuerdan la masacre de nueve personas cometida por el Bloque Noroccidente de las Autodefensas en el año 2000.





Pero no todos se someten. Bajo la pintura de los murales que adornan la parte central de Ochalí, se esconden los letreros que el frente 36 acostumbra dejar en las paredes del pueblo. “Fuera sapos”, “Bolívar somos todos” y “Farc EP presente”, dice todavía en las fachadas de algunas de las pocas casas que en tres cuadras empinadas se levantan alrededor de una iglesia modesta.



“Eso lleva más de dos años ahí porque se mueren del miedo literalmente de borrar una cosa de esas. Prácticamente el que borra eso tiene una sentencia de muerte”, dice el rector del colegio. Pese al miedo, los murales hacen parte de un proyecto de profesores y estudiantes que, según explica Lopera, busca generar esperanza. Su propósito es que la presión de los violentos, de cualquiera de los bandos, no se vuelva costumbre. “Es que uno se duerme en el veneno. Queremos generar vida, nuevos sueños, que la generación que viene tenga más esperanza que la actual”.



Pero ofrecer esperanza en medio de la violencia y el abandono no es fácil. Lopera dice que a diferencia de lo que ocurre en otras instituciones, no se alegra cuando sus estudiantes terminan el bachillerato. “¿Qué siento yo cuando un estudiante se gradúa? Nada, nada porque no le veo futuro”, dice el rector. Por eso sueña con que el colegio sea un eje de transformación. Su apuesta es crear una media técnica para que los estudiantes se capaciten y tengan mayores opciones de encontrar un trabajo y seguir estudiando. Dice que no se necesita mucho, solo profesores. Está convencido de que la calidad solo se consigue si hay felicidad.



Magdalena Calle, de la organización Madres por la Vida, ha liderado procesos de memoria y reconstrucción de tejido social en Yarumal. Además, junto al profesor Juan Manuel Lopera, es una de las cómplices de la idea de que Ochalí y sus poblaciones cercanas pueden encontrar caminos de esperanza pese a la violencia.



Habla de las “memorias ocultas” para señalar que en la región abundan las historias de violencia sexual que las mujeres han callado y no se atreven a denunciar. También dice que un aspecto que hace parte de la dinámica de la zona y que debe ponerse sobre la mesa tiene que ver con la conformación de las “familias farianas”.



“Si llega un muchacho de las Farc joven va a encontrar mujeres jóvenes. Se enamoran, tienen dos o tres hijos y empiezan los señalamientos. ‘Fulanita es la mujer de un guerrillero´. O reclutan a la gente y entonces dicen, ‘vea, esa es la mamá de un guerrillero’”, explica Magdalena.


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Juan Manuel Lopera, biólogo de la Universidad de Antioquia, el rector Pacifista de la Institución Educativa Ochalí.







Esos señalamientos entre vecinos, dice ella, se traducen en miedo y desconfianza. Por eso asegura que “en la reconstrucción de tejido social hay que incluir a esas familias porque si se llega a la terminación del conflicto ellos van a llegar a esas casas”.



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Es sábado, faltan dos días para la visita del Gobernador. Los líderes preparan una lista de solicitudes y discuten el mejor lugar para recibir la visita. Desde las 5:00 de la mañana una procesión de siete personas despierta al pueblo con oraciones. El Ejército todavía no llega. Ellos lo dijeron, el camino a Ochalí no es fácil.

Juan Manuel Lopera, biólogo de la Universidad de Antioquia, el rector Pacifista de la Institución Educativa Ochalí.



Esos señalamientos entre vecinos, dice ella, se traducen en miedo y desconfianza. Por eso asegura que “en la reconstrucción de tejido social hay que incluir a esas familias porque si se llega a la terminación del conflicto ellos van a llegar a esas casas”.

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Es sábado, faltan dos días para la visita del Gobernador. Los líderes preparan una lista de solicitudes y discuten el mejor lugar para recibir la visita. Desde las 5:00 de la mañana una procesión de siete personas despierta al pueblo con oraciones. El Ejército todavía no llega. Ellos lo dijeron, el camino a Ochalí no es fácil.

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