
Tras la algarabía decidí levantarme para averiguar lo que sucedía; unos segundos después sentí que golpearon mi puerta, algo
diferente a un toque común que utilizamos los ciudadanos de bien.
Eran golpes acompañados de gritos que repetían “abran, abran que somos el CTI de la Fiscalía”. Como es lógico y tras las recomendaciones dadas por la Unidad de Protección, en mi calidad de periodista no abrí; fue entonces cuando a través de un golpe seco irrumpieron violentamente en mi vivienda.
Eran golpes acompañados de gritos que repetían “abran, abran que somos el CTI de la Fiscalía”. Como es lógico y tras las recomendaciones dadas por la Unidad de Protección, en mi calidad de periodista no abrí; fue entonces cuando a través de un golpe seco irrumpieron violentamente en mi vivienda.
De inmediato aparecieron unos individuos con chalecos anti
balas y gorras del CTI que gritaron “quieto, tírese al suelo, hijueputa, por
que no abría la puerta”. Para estos insultos respondí: no le abro la puerta a extraños, es
la recomendación de la Unidad de Protección, soy periodista y no un
delincuente.
Esta explicación no fue suficiente, dado que me obligaron a tenderme en el piso, mientras me apuntaban a la cara con una pistola, ante la mirada impotente de mi compañera sentimental Karla Giraldo que les gritaba con lágrimas y voz de mujer enojada: “¿por qué se lo llevan, si él es un periodista? Verifiquen bien”.
Mi hijo Alejandro Cartagena, quien duerme en el cuarto de al
lado se levantó asustado y llorando les preguntaba “que le van a hacer a mi
papa, déjenlo quieto que él es un hombre honesto y trabajador” con mi rostro
enterrado en el piso y las manos en los hombros, escuché que los hombres
susurraban.
Pensé entonces que
era mi hora final. Uno de los “agentes del orden” regresó y me solicitó de
manera grosera que me incorporara y me sentara en el mueble junto a mi
compañera y mi hijo, fue enfático en que no me podía levantar, el agente
regresó al piso inferior. Eso lo deduje por la bulla que se presentó
en este sitio. Luego aproveché para llamar al director de corresponsales
de Teleantioquia Noticias, Daniel Palacio, mi jefe inmediato, quien recomendó
conservar la calma mientras se esclarecían los hechos.
Confundieron a Cartagena
Minutos más tarde regresaron “los agentes del orden” y
de inmediato solicité a mi compañera sentimental, Karla Giraldo, que grabara con
la cámara de su celular estos hechos. Uno de los agentes le solicitó a Karla
que apagara la cámara porque era una diligencia de allanamiento
en varios pisos del edificio. Esta solicitud la acompañó con las palabras “por
las buenas”. Traté de hablar y le dije que ella era prensa libre, freelance, que podía grabar, sin embargo el agente
aseguró que no se podía, con mucha la presión y dolor le pedí a mi compañera que apagara la cámara.

El agente aseguró que también la pagarían, luego me prometió que me daría toda la información necesaria para realizar un reportaje frente a estos hechos, además me solicitó que firmara un documento en el cual constaba que no se había realizado registro a mi vivienda, dado que no la requisaron.


Ituango ha sido estigmatizado en muchas ocasiones, ha sido re victimizado, la impunidad ha reinado en este territorio, las armas ocupan el sitio de los estudiantes y los libros. El miedo es un factor común, los autores intelectuales de las masacres perpetradas por los paramilitares en complicidad con la fuerza pública aun deambulan en el mundo de la política. El pueblo pone las víctimas y el terrorismo de estado se evidencia en los niños afectados sicológicamente, las puertas destrozadas, los falsos positivos y hasta los periodistas amenazados. ¿Hasta cuándo seguirá esta situación? ¡Que susto! Pensé que me iban a matar…
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