Autora: Luz María Tobón
Fotó: Diego García. |
Me toca
ser testigo, y a la fija me tocará escribir, escribir, escribir, sobre
un mal momento de tantos pésimos que he presenciado por cuenta de los
operarios de instituciones tan débiles que están en manos de sus
temporales manipuladores. Difícil decirles shakespereanas, aunque lo
parezcan, e imposible con tanta indignación llamamarlas de opereta, que
tal vez lo fueron en los sesenta ¿o en los treinta cuando en Medellín hubo una huelga de señoritas porque echaron a la rectora que puso la virgen en la capilla y a las gimnastas en el patio?
Antes de seguir, aclaro que aquí, en mis redes, en mis páginas, hablo
yo. Sin consultar, sin esperar consejos, sin preguntar si piso callos o
molesto. Para que no se les caliente el cerebro imaginando bobadas o
presumiendo estupideces.
Fotó: Benjamín de la Calle |
Dos de los varios nuevos actores de la
tragedia institucional son caricaturas. Uno, de los Robespierre que
hacían rodar cabezas opositoras en la fiebre de la Revolución. El otro,
de Torquemada, que inicineraba brujas reales y presuntas y que hacía
arder a científicos y brujitos, o sea mujeres y hombres inteligentes y
razonables.
El señor Montealegre hizo de la Fiscalía una aliada
de la jefatura de debate de la reelección del incumbente -del que
todavía no logro aclarar si me choca como a la gente que escribe twitts o
me gusta como a los palaciegos, o si me voy quedando en el medio-. Para
hacerlo no acudió a las armas legítimas del argumento sino que
sacrificó víctimas, verdad y dignidad, a su causa, precaria por cierto:
entronizarse en el regalo de la impunidad a las Farc.
No lejano
en su fanatismo, el señor Ordoñez convirtió a la Procuraduría en Palacio
de la Inquisición, como si alguien anduviera hoy cazando almas
infieles. Mientras militares, funcionarios y exfuncionarios lo enredan
todo, abusan de información y de datos, el caza matrimonios
igualitarios, mujeres que se desembarazan y alcaldes disidentes. Como si
haciéndolo lograr olor a santidad. ¿O tufillo?
Queriéndose
coronar ante sus dioses reales o imaginados, estos señores arrancaron
los laureles y la majestad a la justicia, o a lo que de ella quedaba. Y
dolió en el alma de un país que insiste en soñarse fuerte, democrático,
transparente.
Mi sobrino, de doce años, quería ser abogado porque cree en la justicia.
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