Me gusta celebrar el Día de la Libertad de Expresión, porque en él nos
exigimos reocrdar que el mundo está habitado por ciudadanos que dicen
cosas incómodas, improcedentes, indelicadas, que merecen tanto respeto
como uno mismo para nombrar sus ideas y sus sueños, gozando de la
garantía de no ser molestado.
Me parece bien que esa libertad cobije a periodistas, por supuesto, y a los medios, lo que soy y donde trabajo, pero me siento más cómoda cuando la defiendo como libertad de que debe disfrutar cada persona que habla, canta, pinta (hasta las paredes públicas), esculpe y grita sus sueños y realidades.
Ah, y sigo pensando que a Esteban Vanegas, y a todos los que, como él, han sido detenidos injustamente, deben respetarle su nombre y su hacer vital.
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